Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe
- M Bible School
- 29 jun 2016
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Mucha gente se agrupaba alrededor del Maestro para oír hablar acerca de su mensaje traído del cielo, como normalmente ocurría, pero esta vez Jesús comienza a hablarles de un hombre. Se trataba de Juan el Bautista, a quien Dios usó no sólo para bautizar al Señor, sino también para preparar desde mucho antes el camino delante de su faz. Y Jesús pregunta a sus oyentes (Mt 11:8-9): ¿Qué salisteis a ver al desierto? ¿Una caña sacudida por el viento? ¿O qué salisteis a ver? ¿A un hombre cubierto de vestiduras delicadas? He aquí, los que llevan vestiduras delicadas, en las casas de los reyes están. Pero ¿qué salisteis a ver? ¿A un profeta? Sí, os digo, y más que profeta. ¡Que maravilloso testimonio! Pero no termina ahí, en sus palabras Jesús revela la “estatura” de Juan y con ello el estándar que Dios espera de quienes entrarán en el reino de los cielos.
Jesús afirma que: entre los que nacen de mujer no se ha levantado otro mayor que Juan el Bautista; pero el más pequeño en el reino de los cielos, mayor es que él (Mt 11:11.) Esta declaración es muy interesante por cuatro razones. En primer lugar, nos revela que Juan logró un nivel espiritual muy por sobre el que otros grandes profetas lograron vivir; mucho más elevado que Eliseo, que Elías o que incluso el mismo Moisés. En segundo lugar, el Señor Jesús pareciera ser que no considera en su evaluación la realización de grandes señales, ya que de Juan se dice que, a la verdad, ninguna señal hizo (Jn 10:41). Tercero, lo impactante de la afirmación de Jesús es que nos revela que el estándar de Dios en su reino tiene como mínimo una estatura espiritual mayor que la de Juan el Bautista. Es decir, en el reino de los cielos no encontraremos personas con una estatura espiritual igual o inferior a la de Juan el Bautista. Cuarto—y lo más admirable—es que en esa época la gracia del Dios altísimo no operaba aún sobre la tierra, sino que todos estaban sujetos bajo la ley de Moisés. De hecho, la palabra del Señor nos enseña claramente que todos los profetas y la ley profetizaron hasta Juan (Mt 11:13), y que la gracia y la verdad vinieron por medio de Jesucristo (Jn 1:17.) De modo que Juan el Bautista pone una vara muy alta para nosotros los seguidores modernos de Jesús.
Juan el Bautista es descrito en los evangelios como un hombre con un estilo de vida muy simple; vestido de pelo de camello y con un cinto de cuero alrededor de sus lomos; su comida era langostas y miel silvestre (Mt 3:4). Valiente y directo en la predicación, su mensaje a los hombres era arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado (Mt 3:2). La pregunta que debemos honestamente responder es: ¿Estamos siquiera en la estatura espiritual de Juan, i.e., viviendo nuestras vidas de manera sobria y siendo valientes en la predicación del evangelio? Jesús nos desafía diciendo: pero el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él (Lc 7:28). A nosotros, quienes decimos estar bajo el nuevo pacto, sólo la gracia del Señor es la que nos puede elevar a una altura muy por sobre la de Juan. Por tanto, es de suma importancia que al examinarnos veamos si en nuestro ser la gracia del Señor está operando de tal manera que vamos elevándonos hasta alcanzar el nivel que el Señor espera de nosotros.
Su expresión: es necesario que él crezca, pero que yo mengüe (Jn 3:30) revela la clave de Juan. Frase que da cuenta de su gran humildad. Jesús comienza a bautizar y tanto los seguidores de Juan como los judíos discuten tal hecho, pues veían lo que Jesús hacía como una competencia. Juan, precursor del bautismo, había autorizado con su testimonio a Jesús, y ahora todos se iban a él en vez de ir a Juan (ver Juan 3:22-30). En su respuesta éste no sólo reitera a sus discípulos: yo no soy el Cristo, sino que además poniéndose en un segundo plano les da a entender, yo soy sólo el amigo del esposo; en otras palabras, él es más importante que yo. ¡Que hermosa enseñanza! Al igual que Pablo cuando nos dice: Nada hagáis por contienda o por vanagloria; antes bien con humildad, estimando cada uno a los demás como superiores a él mismo (Fil 2:3). Llegar a ser humilde no es otra cosa sino el proceso de que yo mengüe y mirar a los demás como más importantes.
Cuando una persona se desempeña mejor que yo, o tal vez logra captar la atención de muchos, en alguna idea o labor en la que yo fui precursor, ya sea en el trabajo, en los estudios, en algún cargo dentro de la misma iglesia, etc. ¿Tengo la misma actitud que tuvo Juan o, al revés, tal situación me genera pesar? Si es lo segundo, entonces necesario es que mi yo mengüe y que en mi verdaderamente crezca Cristo. El yo siempre se manifiesta en que (1) procuramos nuestro propio bien por sobre el de los demás, (2) buscamos siempre complacer nuestros propios gustos y (3) somos comprensivos con nosotros mismos, justificando las propias flaquezas, cobardías, perezas, inacciones, concesiones y debilidades varias. Pero un cristiano con una estatura mayor a la de Juan hace suyas—en los hechos—las palabras de Pablo: con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, mas vive Cristo en mí; y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó y se entregó a sí mismo por mí (Gá 2:20).
La gracia del Señor es la que permite que día a día mi yo permanezca crucificado. Al igual como los principales sacerdotes y alguaciles daban voces: ¡crucifícale, crucifícale!, para que Pilato crucificara a Jesús. Ahora, somos nosotros quienes debemos dar voces: ¡crucifícale, crucifícale!, para que Dios por medio de su gracia crucifique nuestro yo. La única forma como la gracia de Dios puede en forma automática ser depositada en nosotros es siendo humildes. Los Apóstoles conocían muy bien este principio que dice: Dios resiste a los soberbios, y da gracia a los humildes (Stg 4:6; 1Pe 5:5.). ¡Es necesario que él crezca, pero que yo mengüe!
Fuente: EPC Holcomb